Carta con lengua de fuego

por tallercolectivoedicion

por Araceli

Ilustración de Araceli.

Queridísimas:*

Una mesita de plástico, la misma que se encuentra por todo el Penal, es mi escritorio-biblioteca, soporte de TV y mesa de comer. La silla lleva mi nombre pintado con esmalte de uñas. Esta incomodidad es un privilegio por el que luché y esperé mucho: la intimidad de una celda individual desde donde intento encontrar mi “lengua de fuego”, la de las mujeres luchadoras que leo y escucho, que encuentro, algunas veces, por TV. La voz de mis docentes. Mujeres maravillosas que no se detienen. Quijotas que escriben, estudian, trabajan y discuten con lo institucionalizado, con lo naturalizado. Piensan en les otres, nos acompañan. Militantes de la feminidad dignificada, de la sororidad. Ellas son seres de luz, de amor al Universo materializado en vocación de enseñanza.
Mi camino me las cruza después de la intensidad de vida, que estropeó la armonía de los mandatos y atravesó los límites del destino marcado por esa sociedad provinciana que me dio origen. Esa sociedad de migrantes, hijos de inmigrantes europeos que cuando la época de las vacas gordas en Argentina, quería resucitar de la miseria y del trabajo esclavo del campo entrerriano.
Tímidamente fui renunciando a lo que se esperaba de esa bebé regordeta de ojos verdes. Tomé el sendero inédito que ninguna otra mujer de la familia transitó. Lo anduve sin mapas y sin compañía, tanteando. No por valiente, sino porque no sabía cómo hacerlo de la forma aprehendida. La primera de la segunda camada de primas, la primera nacida en Buenos Aires, la primera que logró ingresar al mejor colegio industrial; la artista; la que le dio la espalda a las pretensiones del reciente ascenso social del clan. Esa niñita que ahora podía ser clase media, medio rica, medio pobre, medio boba.

Que así no vas a conseguir novio.
Que yo (las mujeres) era un auto en oferta que se elige por su bello diseño, la velocidad o los ojitos lindos sin mérito alguno.
Dije que quería tener opciones y girando la cabeza de lado a lado se me negó la feminidad.

Que no solo hay que ser buena, sino parecerlo. El objetivo de toda mujer es casarse virgen.
Entonces, traicioné el hogar católico y transité, por años, senderos vacíos hasta que pude encontrar mi rumbo espiritual.
Como Madonna cantaba “Like a Virgin”, así eran mis pasos solitarios por nuevos caminos oscuros.
Corría para alcanzar el colectivo con mi overol en la mochila, la caja de herramientas metálica y el tablero de dibujo técnico para llegar a horario a mis clases de danza. Mientras era una marimacho que estudiaba en un colegio de varones, Flashdance vino a reivindicarme, aunque el final sea un príncipe el que la espera con flores para completar su felicidad. ¿La de él o la de ella?
Después de dos años de noviazgo dije, como Cyndi Lauper, “Girls Just Want to Have Fun”, ellas solo quieren divertirse y como una mujer no debe hacer esas cosas fui condecorada con el título honorario de puta.
Aprendí a dejar de quejarme y seguí mi camino.
Declaré que estaba convencida de que con justicia social, soberanía política e independencia económica, el mundo sería un mejor lugar donde vivir. Y con la frente fruncida alguien dijo: ¡No puede ser, si es rubia…!

Con el mismo espíritu traicionero anuncié que no quería casarme para irme de casa, solo quería vivir sola e independizarme…
Que no quería seguir trabajando en el negocio familiar, como lo hicieron todas las mujeres de la tribu…
Fui la contadora de cuentos de mis sobrinas en un mundo donde, para mí, las princesas no son Fionas y Blancanieves; es Buffy, la caza vampiros…
Que hoy me toca el rol de amortiguador del impacto del proceso traicionero que está transitando mi hijastre…
Pero la mejor traición fue decidir no ser madre…
Entonces… las traiciones deben ser castigadas.
Crecí, tropecé, sacudí el polvo de mis rodillas para seguir andando.
De a poco me sorprendió una multitud de hombres y mujeres que hacía muchísimo tiempo llenaban esos caminos. Que los habían marcado en el andar. Me fui dando cuenta de que mis rutas tenían huellas de gigantes, que en algunas partes se ensanchaban como avenidas y otras eran, ya, autopistas. Nunca había estado realmente sola, solo un poco distraída en mirar mis pies.

No estoy reconciliada con la tribu. Sigo siendo, como todos los seres humanos, esclava de la cultura; pero orgullosa testigo de la historia, del cambio de paradigmas.
Mi traición es testaruda, peligrosa, furiosa, con coherencia y sin templanzas…
En este último tiempo alguien escuchó por ahí que…
… por algo será…
Sí. Por las bellas mujeres que son las lindas, las que luchan…
… como vos.

* Carta en diálogo con “Hablar en Lenguas: una carta a escritoras tercermundistas”, de Gloria Anzaldúa.